El cuerpo humano actual es el
resultado de millones de años de procesos evolutivos. Es una maquinaria cuasi
perfecta que cuenta con numerosos procesos biológicos que le permiten
mantenerse lo más sano posible a través del tiempo. Sin embargo, si de defensas
ante enfermedades y agentes malignos se habla, es imperante mencionar a las células que componen nuestra primera
línea de defensa ante todos estos males: el sistema inmunológico.
Un muro de células que
nos protegen
Dentro del sistema inmunológico
existe una amplia diversidad de células
que nos protegen día a día de las diversas enfermedades que se encuentran en
todo el ecosistema que nos rodea. Si no fuera por ellas, estaríamos
constantemente enfermos hasta que finalmente algún agente maligno acabara con
nosotros. Los principales grupos de estas valientes células son:
Linfocitos
La principal línea de ataque. Son
un tipo de glóbulo blanco y pertenecen al grupo de los leucocitos. En cuanto el
organismo detecta que hay alguna entidad con características negativas para
nosotros, forma y libera una gran cantidad de linfocitos que primero detectan a
este agente extraño, se adhieren a él y buscan eliminarlos. Existen dos tipos
de linfocitos: los grandes, conocidos como exterminadores naturales y los
pequeños, que a su vez se dividen en linfocitos T y linfocitos B.
Macrófagos
Son células localizadas en los tejidos. Provienen de los monocitos, que
son otro tipo de leucocitos. Su acción defensiva se desarrolla a través de la
fagocitosis; es decir, envuelven completamente a los diversos cuerpos anormales
para poder absorberlos y así servir como vehículo. Pueden combatir infecciones
de manera innata. Además, tienen la capacidad de ingerir las células muertas
del organismo para así facilitar la reparación de tejidos dañados y producen
sustancias que participan en la coagulación y facilitan la misma.
Eosinófilos
Otra variedad de leucocitos o
glóbulos blancos. Su función principal es luchar contra alergias e infecciones
bacterianas, virales o parasitarias. Son células
de presencia normal en la sangre, pero también pueden hallarse en algunos
tejidos. Una cantidad de eosinófilos altos en el organismo puede ser
perjudicial, pues sus compuestos propios causan daños al encontrarse en altas
concentraciones, pues en cuanto los eosinófilos acuden a un área afectada para
luchar contra el agente maligno, inundan el área con estos compuesto causando
irritaciones e inflamaciones. Una cantidad reducida de estos tampoco es algo
bueno, por lo general esto es producido por el uso de esteroides o por padecer
el síndrome de Cushing.
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