Todos conocemos las vacunas tradicionales: una inyección –generalmente desde temprana edad– que va a evitar, por el resto de tu vida, que tu cuerpo sea vulnerable a una enfermedad en específico.
A medida que la tecnología va abarcando más y más espacios, todos los aspectos de la vida humana como la conocemos se van modernizando, así pues surge la ingeniería genética.
A continuación veamos cómo se asimilan y se diferencian estos dos procesos.
Contendiente 1: Vacunas tradicionales
Comencemos
por el terreno en el que ya estamos familiarizados, las vacunas.
Éstas
buscan introducir en el cuerpo una pequeña parte ya debilitada del virus o
bacteria; todo esto con la finalidad de que, una vez nuestro organismo gane la
batalla en contra esta nueva amenaza, sea capaz de reconocerla y atacarla
nuevamente en el futuro.
Datan
del Siglo XVIII y han sido la forma más común –y efectiva– de protegernos
frente a enfermedades mortales. Incluso, con la creación de la vacuna contra la
viruela logró erradicarse esta enfermedad, siendo la primera del mundo
eliminada por completo gracias a la intervención humana.
Contendiente 2: Ingeniería Genética
Por
su parte, la ingeniería genética
consiste en el control y transferencia de ADN de un organismo a otro, mediante
procesos tecnológicos, lo cual permite la corrección de defectos genéticos
además de la creación de nuevos organismos más eficientes.
Básicamente,
trata de llevar un gen al genoma de un individuo que lo necesita –sea porque no
lo tiene o porque está presentando fallas.
También
puede trasladar ADN de un organismo a otro de una especie distinta, produciendo
así organismos transgénicos.
Igualmente,
está relacionada con la clonación: ya en el año 1997 fue todo un dilema la
clonación del primer mamífero –la oveja Dolly– tomando como base las células de
la glándula mamaria y no del embrión.
El nexo: vacunas genéticas
A
pesar de sus diferencias, tanto la vacuna
tradicional como la ingeniería
genética tienen una finalidad en común: corregir los errores de la
naturaleza y conseguir seres vivos mejor preparados.
Por
esto, surge el nexo que les conecta: la vacuna genética.
Desde
los años 70 se ha venido trabajando en este mecanismo pero es en el año 1986
que se crea la primera vacuna genética exitosa y aprobada para su uso en
humanos, la vacuna contra la hepatitis B.
Este
tipo de vacunas consiste en la producción en un laboratorio de las proteínas
antigénicas del propio virus que se desea combatir.
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